A medida que me he vuelto más consciente de mi entorno y de mí, mismo, queda claro que no existe una manera uniforme de comportarse entre los maestros. Sí, hay algunos puntos en común dentro de una escuela para tratar de crear una cultura específica, pero incluso, esos motivos comunes son personalizados. Así que mi pregunta es una, que cada vez, se pregunta con más frecuencia, a medida que vemos la evolución de la nueva generación de estudiantes: ¿cómo podemos nosotros, como maestros, comunicarnos mejor con los estudiantes de hoy, para crear estudiantes más receptivos en toda la escuela?
Tengo un par de teorías a esta pregunta, pero primero vamos a examinar el enfoque más tradicional, adoptada por algunos de los profesores más experimentados. Mientras yo estaba pasando por mi formación de maestros, me aconsejaron algunos a no sonreír, hasta Diciembre del año escolar. Se suponía que debía mantener una personalidad estricta para ganar el respeto de los estudiantes, así como el control de mi clase. Mi primer pensamiento a esta declaración fue “hmmm eso no suena nada como yo soy”. No sonreír durante meses, no era algo que estaba dispuesto a aceptar por dos razones. En primer lugar, los pocos maestros que no sonreían cuando yo estaba en la escuela preparatoria fueron, digamos, no tan respetados por el alumnado como los que sonreían. En segundo lugar, han habido, numerosos estudios realizados en las universidades con pruebas definitivas que concluye que sonreír, incluso una sonrisa forzada, puede mejorar drásticamente su estado de ser durante todo el día, mediante la reducción de sus niveles de cortisol. No voy a entrar mucho más en la ciencia de esto, porque se convertiría en un diario científico, pero prefiero ser feliz y sonriente, en lugar de no sonreír y potencialmente menos feliz, lo que puede afectar mi rendimiento.
Esto me lleva a otro tipo de maestro, que es el maestro “siempre super agradable y complaciente”. Esto puede ser una pendiente muy peligrosa y resbalosa si no se mide a medida, que pasamos por los años como educadores. En mi experiencia, también he encontrado mi parte justa de educadores que son demasiado agradables. Esto los convierte en los “educadores insaciables”, que los estudiantes huelen inmediatamente y se dan cuenta de que pueden salirse con mucho más de lo habitual. Hasta cierta medida, esto puede ser un mal servicio para los estudiantes, porque la falta de responsabilidad y estructura, erradicarán cualquier responsabilidad que tenían en ese salón (para la mayoría de los estudiantes), y el desempeño disminuirá.
Encontrar un punto medio es uno de los retos más difíciles en el mundo de la educación para la gestión de la clase en el entorno K-12. Algunos educadores nunca alcanzan esto ya sea porque caen demasiado en un lado, o demasiado al otro en la escala de “agradable”. No puedo decir que un método supera al otro, pero puedo decirle que la mezcla de ambos, puede conducir a un ambiente libre de estrés tanto para los educadores y los estudiantes. Personalmente, todavía estoy tratando de llegar a esa mezcla, de la personalidad en la clase, pero he encontrado que ser abierto con los estudiantes, y permitirles que conozcan quién soy como persona, permite que se construya el vínculo entre los seres humanos. Si se crea tal vínculo, la receptividad de los estudiantes al educador aumenta inmensamente. Ya que mi meta, es iluminar a estos estudiantes tanto, como sea posible, necesito que estén abiertos a mis palabras y eso no puede suceder si no tengo su respeto y atención, que la mayoría de las veces se puede obtener con una simple sonrisa. A partir de ahora, la conclusión de esta pregunta estará abierta, pero voy a volver a este tema, y actualizar con buenas y malas experiencias de los diferentes métodos de interactuar con los estudiantes. Hasta entonces, vamos a intentar mantener bajos, nuestros niveles de cortisol.