Compton California, en los años 80, era un lugar peligroso para crecer, lleno de drogas, violencia de pandillas y crimen violento. Mis padres ambos eran inmigrantes de Guatemala huyendo de una guerra civil en su país y llegaron a establecerse en Compton, debido a la abundancia de trabajos de manufactura en el área. No se nos permitía jugar afuera y desconfiábamos de cualquiera, que no fuera parte de nuestra pequeña comunidad. Yo entendía que el cumplimiento de la ley era tan peligrosa como las pandillas y que la “migra” era mi cucuy, que quería quitarme mi familia y mi hogar. Crecí sabiendo qué calles, estaban bien, para atravesar y, qué colores, estaban bien, usar. Por la noche, los helicópteros, las sirenas de la policía y las balas, eran los últimos sonidos que escuchaba antes de ir a dormir.
Mis padres siempre reforzaron la importancia de la escuela y nos dijeron que si queríamos tener una buena vida, tener dinero y no sufrir, entonces necesitábamos obtener una educación. Para nuestra familia, la educación era el boleto para salir de la violencia. Pero la violencia nos siguió a la escuela. Las pandillas en el área constituían una amenaza cada vez mayor, para nuestra seguridad personal. En la escuela primaria, parecía que estábamos constantemente encerrados, debido a la proximidad de la violencia de pandillas. Las ruidosas alarmas escolares nos alertaban para cubrirnos lo más rápido posible, cuando había actividad policial cerca.
En un caso durante el recreo, la alarma sonó y yo estaba particularmente lejos del edificio. Normalmente me quedaba lo más cerca posible del edificio, ya que no era muy buena corredora, y, las alarmas podían sonar en cualquier momento. Recuerdo haber sentido miedo, ya que tenía muy poco tiempo para entrar al edificio antes de que las puertas estuvieran cerradas. Salí corriendo tan rápido como mis pequeñas piernas podían llevarme, y pude entrar al edificio mientras la puerta se cerró detrás de mí. Momentos más tarde, pude escuchar a los estudiantes afuera, gritando y luchando para entrar al edificio por otra puerta. Recuerdo que me quedé sin aliento mientras corría de regreso a mi salón de clases mientras la maestra estaba haciendo un recuento de estudiantes, por lo general, aún estábamos faltando alumnos. Esperábamos en el salón de clases mientras el maestro se apresuraba a informar al director sobre quién faltaba para que pudieran revisar los baños y otros posibles lugares, donde pudieran estar los estudiantes.
Aunque las alarmas me asustaban, era nuestra operación escolar normal, y estábamos acostumbrados a la violencia en nuestro vecindario. Se hizo común que la escuela fuera robada y destrozada hasta que finalmente, no teníamos papel o lápices. En medio de esta zona de guerra, confié en mi familia para consolarme, pero también tuve una maestra que cambió mi vida. La Sra. Barlow, mi maestra de tercer grado, fue la primera mujer blanca joven que conocí. Debido a la situación de nuestra escuela, las reglas eran estrictas y los maestros también. Incluso a una edad temprana, los castigos eran duros y poco se toleraba. Estábamos creciendo en ambientes tóxicos y muchos de nosotros teníamos muy poca esperanza.
La Sra. Barlow fue una persona amable y atenta que brindó a sus alumnos la oportunidad de experimentar el mundo más allá de nuestra escuela y nuestro vecindario. Seleccionaba grupos pequeños de estudiantes para realizar excursiones fuera de la escuela. En una ocasión, mis amigos compartieron que la Sra. Barlow los había llevado a Disney’s The Little Mermaid en el cine. A los ocho años, nunca había estado en el cine, pero estaba decidida a estar en la próxima excursión. Tal vez fueron mis constantes pedidos y el hecho de que estaba tratando de ser una buena estudiante, pero en una ocasión tuve la suerte de haber ido con ella a una producción local del musical South Pacific. Era una pequeña producción comunitaria de este musical en el que su novio tocaba el piano. Las escenas eran coloridas y la música se quedó conmigo mucho después de que terminara el show, aún puedo escuchar a las mujeres en el escenario cantando “Voy a lavar a ese hombre de mi cabello”. La experiencia fue tan extraña y maravillosa para mí, no solo por el musical, sino también porque la Sra. Barlow me mostró tanta amabilidad, paciencia y amor.
La Sra. Barlow, quien algunos podrían argumentar que era ingenua e idealista, tuvo un gran impacto en mi vida, ya que se atrevió a mostrar a sus estudiantes cosas hermosas fuera de un mundo muy cruel. La Sra. Barlow dedicó tiempo y esfuerzo, incluso a una pérdida personal, en un entorno que mostraba muy pocas esperanzas de algún beneficio o éxito. A medida que fui creciendo y me alejé de Compton, me di cuenta, de que, lo que la Sra. Barlow hacía por sus alumnos, se convirtió en un faro de compasión y esperanza cada vez más brillante. A través de su tremendo esfuerzo por mostrarle a sus alumnos otro mundo, ella me inculcó el deseo de soñar por un futuro mejor. Lo que podría haber parecido imposible para una niña que crecía en Compton, ahora era posible y alcanzable. Aunque la trayectoria nunca fue fácil, me gradué con mi maestría en administración de la cadena de suministro de la Universidad de San Diego. Debido a que la Sra. Barlow, me mostró cuánto más poderosa es la compasión y el amor en medio de la violencia y la escasez, me ha motivado a mostrar eso en mi propia participación comunitaria. Se ha convertido en mi propio estándar personal en la forma en que me comporto. Veo su influencia mientras ayudó a alimentar a las personas sin hogar, o mientras dirijo un pequeño estudio bíblico en una casa convaleciente local, u organizó campañas de juguetes para beneficiar a niños en áreas rurales de Tijuana, o incluso cuando conduzco equipos a hogares de rehabilitación, orfanatos, o campos de migrantes. En mis actividades diarias, lo que me impulsa es esperar que mi trabajo influya en alguien a tener más compasión y amor. Por lo que ella hizo por mí, sé que un acto de bondad, puede cambiar la vida de una persona. Tal vez, lo que se ha perdido en nuestro sistema escolar y en nuestra sociedad en general, es esa ingenua e idealista esperanza de que todos los estudiantes y las personas valen la inversión y las lágrimas de la frustración. Por lo tanto, dedico mi trabajo personal y profesionalmente a la Sra. Barlow.