Soy Laura Renerro. Tengo diecisiete años. Soy madre. Soy una adicta. Ser madre adolescente es difícil, pero estoy haciendo lo mejor que puedo para criar a mi hija, y mantenerme sobria. Empecé a usar a los once años después de haber sido abusada por un miembro de la familia. Mi padre es un alcohólico que constantemente me echaba de la casa, cuando estaba borracho. Al estar en la calle, conocí a adictos que me presentaron y me enseñaron a usar meta de cristal. Empecé a usar meta de cristal y alcohol, porque quería dejar de sentir. Tenía un padre que no me quería cerca, una madre que siempre estaba trabajando y adictos en la calle que estaban allí.
La escuela no era importante para mí. Apenas tengo recuerdos de la escuela antes del quinto grado, y , cuando estaba en la escuela, me escondía en el baño, en el jardín de la escuela o, en la oficina del director debido a mi comportamiento violento. En la escuela secundaria, abandoné mucho la clase. Cuando estaba en la escuela, no estaba en clase, pero pasé tiempo bebiendo y drogandome. En la escuela preparatoria, me encarcelaban. Siempre sentí que mis profesores y el personal no me querían. Siempre decían que yo “no andaba en nada bueno” siempre mirándome como si fuera una criminal.
Además de sentirme deprimida, me volví violenta, como mi padre. Nadie podía decirme nada porque reaccionaría instantáneamente, no tenía control de mi enojo. Tenía 13 años la primera vez que fui a la cárcel juvenil. Después de que me liberaron, me importaba menos la vida, y no me importaba que me encarcelaran una y otra vez. Cuando estaba en casa, no me llevaba bien con mis hermanos, a pesar de que traté de evitar que se volvieran como yo. Finalmente, mi madre me echó. Fue cuando me estaba quedando en la casa de mi amiga, que comencé a sentirme mal, y descubrí que estaba embarazada poco antes de mi cita de corte.
Tenía dieciséis años y estaba embarazada en cárcel juvenil. Me pregunté a mí misma, “¿Qué demonios estoy haciendo? ¿De verdad quiero que mi hijo pase por lo que he pasado? ¿Quiero que mi hijo tenga un padre adicto, y, que constantemente la encarcelen? La respuesta fue no. Mi hijo se merece algo mejor.
Cuando salí de cárcel juvenil, comencé a ir a la escuela, asistí al programa de tratamiento de drogas McAlister, me involucré en mi comunidad y comencé a asistir a las reuniones de Narcóticos Anónimos (NA). El 26 de septiembre de 2017, nació mi hermosa hija. Ella tenía tres meses cuando terminé McAlister. Este fue el mayor logro de mi vida. No sabía si podría luchar contra el impulso de usar, pero lo hice. Yendo a las reuniones de NA, me mantiene ocupada y fuera de las calles, y parandome de pie y hablando sobre mi adicción me ayuda mucho.
Alguien me dijo una vez, que tener un hijo, no le impide a uno a consumir drogas, pero puede ser motivo para mantenerse sobrio. Todos los días me levanto y la veo sonriéndome. Esto me da la fuerza para estar sobria un día más. Como decimos en mis reuniones de NA, tomo un día a la vez.
Por primera vez, me estoy quedando en la escuela. Por primera vez, desde que comencé la escuela a la edad de cinco años, presenté un proyecto que comencé y terminé. Por primera vez, siento que mis maestros y el personal de mi escuela,,,, se preocupan por mí. Tener maestros preocupados por mí, tener la orientación de asistir dos veces por semana a las reuniones de NA y asistir a la comunidad en torno a la intervención de la pandilla, me mantiene fuera de problemas. Aunque todavía tengo problemas con la ira, he aprendido a caminar, respirar y mantenerme ocupada todos los viernes, que es un día vulnerable para mí.
La vida me ha enseñado que, aunque suceden cosas malas, algo bueno viene de ellas. También aprendí que aunque no veas las cosas buenas de la vida, debes tener fe, en que hay cosas buenas para ti. Para las personas que enfrentan desafíos como yo, quiero recordarles que tienen el poder de cambiar su vida para mejor, un día a la vez.