“Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas, que todos los hombres son creados iguales, que están dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, que entre ellos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Thomas Jefferson
A los 10 años, esta idea llenó mi corazón de 10 años, con tanta emoción, empoderamiento y motivación. La idea de que el trabajo arduo, era la clave para cumplir el sueño de mi familia de que me graduara de la escuela preparatoria, tal vez incluso la universidad, ser dueña de una casa, ser maestra, viajar … era increíble.
El sueño más salvaje de mis antepasados, pensé en mi abuelita.
Mi abuela amaba su hogar en Jalisco, México, pero sabía que no podía quedarse allí. Mi abuela creció recogiendo ramas de palmera para su familia. Hojas meticulosamente colocadas, eran ensambladas para crear un techo que era sostenido completamente por ramas rotas, restos de material de repuesto y esperanza. Verás, mi abuela creció durmiendo en un lecho de tierra implacable. Cuando llovía, estaba sentada empapada junto a sus hermanos y hermanas, tratando desesperadamente de evitar, que la habitación se colapsara por completo. Su familia creció en un constante estado de hambre, nunca quejándose de cuántos días alguien estuvo sin comida o agua; esto era simplemente normal para todos. Era común que bebés, niños pequeños y adolescentes, murieran de hambre. Ella vio los gritos y dolores de su hermano de 17 años desvanecerse, el hambre ganó.
A los 26 años, ella dejó el único lugar al que llamó su hogar. A pesar de todo lo que soportó al crecer, amaba a su país, pero amaba más a sus hijos. Mi abuela no quería que sus hijos tuvieran las mismas experiencias que ella. Nadie merece ver a su hermano de 17 años morir justo delante de sus ojos, debido a la inseguridad alimentaria. A los 26 años, cruzó la frontera y emigró a los Estados Unidos, un hermoso país construido por inmigrantes. Mi abuela emigró al Sur Centro, Los Ángeles, con su esposo e hijos.
El privilegio es al azar; la inequidad es sistémica.
Casi todas las identidades que llevamos (género, raza, orientación sexual, estado de ingresos de nuestros tutores) se nos asignan de forma completamente al azar al nacer. Nuestras identidades no son déficits, pero se tratan constantemente como tales. La inequidad sistémica significa que, una decisión tomada por las personas en el poder, afecta a las comunidades de manera diferente, según el privilegio que tienen. Mi abuela no pidió nacer en la pobreza; ella no pidió nacer como una mujer latinx cisgénero, simplemente lo es. Trump no puede generalizar a un grupo entero de personas y llamar a mi abuela un animal.
Quiero ser clara, buscar una vida mejor para tu familia no es ilegal; la búsqueda de la felicidad está incrustada en la base de este país. Los latinx, como los peregrinos y los sirvientes británicos, fueron expulsados de sus hogares para escapar de la pobreza, la guerra, el abuso y la violencia. Buscar asilo no es pedir limosna, la supervivencia es un derecho humano. No olvide que casi todos, y cada uno de nosotros, somos productos de inmigrantes resilientes. Como gente Americana, es nuestro deber responsabilizarnos y garantizar que la búsqueda de la felicidad sea accesible para todos.
La administración Trump continúa deshumanizando (sí, los llamó animales), traumatizando (sí, la separación y ser forzado en una jaula es traumático) y desmoralizando a los seres humanos. Privilegio es dejando de aprender sobre las realidades traumáticas que atraviesan estos seres humanos. Privilegio, es poder hablar sobre una injusticia y filosofar sobre esto en clase, o durante el almuerzo.
Reconozca cómo sus propios privilegios entran en juego hoy. Ahora es el momento de ser valiente; manténgase a sí mismo, a sus seres queridos, funcionarios electos, responsables de luchar contra la injusticia.
“La tragedia final no es la opresión y la crueldad de las personas malas, sino el silencio sobre las buenas personas”. Martin Luther King