Crecí creyendo que el sueño americano era posible si trabajabas duro. Mis padres incorporaron ese tipo de mentalidad como una forma de construir mi ética de trabajo. Fue esa creencia, la que también me llevó a pensar que para ser aceptada en las mejores universidades, necesitaba trabajar más y estudiar más que todos los demás. Así que lo hice. Cuando se me negó mi primera opción, sentí que le había fallado a mi familia. No había trabajado lo suficiente ni me había preparado como debía, y por lo tanto, haber sido negada era lo que merecía. Terminé aceptando la oferta de UC Riverside, y sin embargo, disfruté de una experiencia memorable.
Fue en la universidad donde aprendí la realidad de las admisiones universitarias: trabajar más duro que todos los demás, no era la única forma en que los estudiantes podían ingresar en instituciones prestigiosas. La idea de todo parecía surrealista. Muchos de mis compañeros de clase habían tomado el SAT después de meses de tutoría privada; muchos también habían tenido acceso a una educación privada con consejeros universitarios personales. ¿Cómo podría siquiera pensar en competir con ellos?
Unos años después de graduarme de la universidad, me sumergí en el mundo de la orientación universitaria. Estaba decidida a entender el proceso de admisión, ya que, quería brindarles a los estudiantes de comunidades con pocos recursos, la oportunidad de cumplir sus sueños, mientras también ayudarlos a comprender que su rechazo no disminuiría su valor. Para ser la mejor consejera que podía ser, me encargué de asistir a numerosas conferencias y talleres, ofrecidos por las instituciones más prestigiosas, con la esperanza de familiarizarme con lo que buscaban para poder hacer que mis alumnos se alinearan con eso. Fue a través de este proceso que terminé tomando un trabajo de medio tiempo como consejera universitaria para una empresa privada de asesoramiento universitario.
Antes de que haya un juicio, quiero compartir que hice esto con intenciones subyacentes: quería tener acceso a personas con los recursos y la riqueza para pagar a consejeros de universidades privadas, para saber exactamente contra qué, trabajaban mis alumnos. Y fue horrible. Solo trabajé para la compañía durante aproximadamente un año, pero en ese año, me encontré sintiéndome culpable cada vez que puse un pie en la casa de un cliente.
Nuestra primera sesión, siempre era una reunión para conocer sus aspiraciones y objetivos. Era en esta reunión que discutíamos sobre las universidades a las que aspiraban los estudiantes. Siempre se mencionaba la Ivy League (Liga de mejores universidades) las escuelas públicas competitivas. Pero la información más contundente, siempre provino de los padres, que me hacían la misma pregunta: “¿cuántas horas necesito comprar para que usted pueda asegurar la aceptación de mi hija/hijo a (insertar la escuela aquí)?” La primera vez que esto surgió, ni siquiera sabía qué decir. Solo solté una risita y compartí, que no era un mago, pero haría todo lo posible para ayudar a resaltar los activos de los estudiantes. Sin embargo, no podía garantizar nada. En esta primera respuesta no me fue tan bien, ya que, ese cliente solicitó a otro consejero más “experimentado” que tenía experiencia en la Ivy League como alumno por preferencia. Después de eso, simplemente compartía que trabajaríamos juntos y les pedía que hablaran con el propietario sobre los paquetes. Limité mis discusiones sobre las horas porque en el fondo, simplemente no me sentaba bien que estas familias estaban pagando miles de dólares por un paquete de “Proceso de solicitud de ingreso a la universidad”. Mientras tanto, mis alumnos de la organización sin fines de lucro en la que trabajaba, confiaban en mí, para ayudarles de cualquier manera que pudiera sin un costo.
Terminé dejando la compañía después de que me enviaron para brindar mis servicios a un “socio sin fines de lucro” que buscaba traer expertos en el proceso de admisión a la universidad, para ayudar a sus estudiantes en Gardena y aprendí cuánto les estaba cobrando el propietario para tenerme ahí. Decidí ofrecer mi ayuda durante mi tiempo como voluntaria.
El escándalo que arroja luz sobre este esquema de pagar por jugar me devolvió muchos de los sentimientos que sentí, cuando me introduje por primera vez a todo ese mundo. Mientras si es decepcionante, también es un concepto tan familiar para mí, que estoy lejos de sorprenderme. Desafortunadamente, no solo los ricos están pagando para que sus hijos asistan a instituciones prestigiosas con muy poco esfuerzo por mostrar. El proceso de admisión a la universidad de élite, ha sido una barrera continua para nuestros estudiantes de comunidades de bajos ingresos. No trabajé directamente con descendientes adinerados, ya que las familias con recursos adicionales pagaron mucho más para trabajar con el propietario, que era un escritor profesional (uno de sus clientes era la hija de una marca de primer nivel y, exigieron a los consejeros que hicieran todo el trabajo). Al trabajar directamente con el propietario por un cargo adicional, tenían ensayos perfectos garantizados y una aplicación general aún más destacada; ella escribilla todo ella misma. Me negué a escribir para ellos, así que sólo daba soporte de edición. Así me dieron los clientes más pequeños. Pero este esquema era real. Y fue extremadamente provechoso. Demasiado provechoso parece, ya que el propietario me llamó por lo menos una docena de veces para preguntar por qué me fui, y por qué me llevé a su cliente sin fines de lucro. Todo era un negocio, y ella no apreciaba mi interrupción.
Sigo haciendo mi mejor esfuerzo para ofrecer mi tiempo como voluntaria, y brindar apoyo de solicitud de ingreso a la universidad a los estudiantes de mi comunidad. Es mi responsabilidad moral, guiarlos y ayudarlos a ver el panorama general, ya que, hay mucho en contra de ellos. Pero la verdad es que todo ha ido demasiado lejos. Tiene que hacerse algo para garantizar una mayor responsabilidad por parte de las oficinas de admisiones de la universidad y una mayor transparencia. Los sueños de los estudiantes están en la línea.