La mayoría de mis años de adolescencia, se caracterizaron por una energía letárgica, que sólo me motivó, a tomar tantas siestas, como fuera posible. Mi madre siempre me dijo que tomar tantas siestas como lo hacía yo a mi edad, era normal, dado al crecimiento acelerado que estaba pasando. Los fines de semana me levantaba a las 3:00 pm, sólo para hacer café y volver a la cama. Periódicamente me levantaba para caminar en mi patio interior, pero, rápidamente regresaba a mi habitación. Sólo comía una vez al día, y en raras ocasiones, comía por segunda vez después de la medianoche. Usaba mi teléfono, miraba televisión, escuchaba música, pero nada me daba satisfacción. Durante la semana iba a la escuela, estaba desconectado de todas las clases, y llegaba a casa y me iba directo a la cama para una siesta de tres o cuatro horas.
Al entrar en el verano antes del tercer año de preparatoria, tenía muchas ganas de dormir, como estaba acostumbrado a hacerlo. Sin embargo, me di cuenta de que estaba deprimido, cuando sólo después de una semana de verano, me levanté a las 6:00 p.m. un miércoles, sólo para quedarme dormido dos horas más tarde esa misma noche. Sólo estuve despierto por dos horas antes de querer volver a dormir. Este fue el momento para mí, fue el momento en que me di cuenta, de que estaba experimentando algún tipo de depresión.
Comencé a investigar los signos de depresión por mi cuenta y, descubrí que tenía la mayoría de los síntomas de depresión: ansiedad, apatía, descontento general, culpa, pérdida de interés o placer en actividades, cambios de humor, tristeza, pérdida de apetito, somnolencia excesiva , irritabilidad, aislamiento social, falta de concentración y, lentitud en la actividad. Sabía que no me gustaba la manera en que me sentía, así que hablé con mis padres, pero esa fue quizás, una de las conversaciones más desagradables que tuve con ambos.
Le dije a mi mamá, que pensaba que estaba deprimido, y su respuesta fue que yo era “perezoso y tenía demasiado tiempo para hundirme en mis propios pensamientos”. Le dije que no era perezoso, que necesitaba algo para darme energía, y, ella resolvió que yo hiciera ejercicio. Ella no entendió que, en primer lugar, me faltaba la energía para hacer ejercicio, y descartó nuestra conversación diciendo como siempre, con “estás loco, Robel”.
Después le dije a mi papá que me sentía deprimido, y él respondió: “Tú eres un hombre, y eres un hombre cristiano, un hijo de Dios, y el Espíritu Santo está en ti causándote alegría cada día, por lo que no puedes estar deprimido”. Debe haber olvidado, que la Biblia está llena con personas que sufrieron depresión: Hannah, el rey David, el profeta Elías.
Crecer experimentando cualquier tipo de dificultad de salud mental en un hogar latino, es una de las cosas más difíciles que una persona puede atravesar. Yo mismo lo experimenté y me he encontrado con muchos estudiantes que experimentan las mismas dificultades. Tuve la suerte de encontrar una salida a la depresión sumergiéndome en el mundo de la literatura. En el lapso de 5 años me dediqué, a leer y coleccionar tantos libros como pude. La lectura ayudó a aliviar mi depresión; Me ayudó a ver el mundo a través de múltiples perspectivas. Eso es lo que me faltaba en los momentos de depresión, una perspectiva de la vida diferente a la mía, que me diera esperanza.
Los padres latinos (en su mayor parte), no creen en la ansiedad, la depresión, u otras formas de dificultades de salud mental. Según la Alianza Nacional de Enfermedades Mentales, “muchos latinos no buscan tratamiento por temor a ser etiquetados como “locos ” o por tener una condición de salud mental, porque esto puede causar vergüenza”. Esto es especialmente cierto en los hogares de machistas, donde se espera que los hombres (independientemente de su identidad de género), sean “hombres” y lidien con las dificultades haciendo caso omiso a sus sentimientos. Mi experiencia se vio afectada tanto por mi cultura latina, como por mi machismo, y experimenté una capa adicional de indiferencia: la religión. Según un informe de investigación de PEW de 2014, la mayoría de los latinos en los Estados Unidos (más del 95%), informan que están afiliados con la religión cristiana. En mi caso, como en el caso de millones de adolescentes latinos que crecen en hogares religiosos, machistas, latinos, la religión se convirtió en otra razón por la que mis padres no reconocieron ni ofrecieron ayuda cuando los contacté. La religión hizo que mis padres ignoraran mi necesidad de salud mental cuando pregunté. La religión causó daño irreparable, que no me permitiré ver repetido en mi propia hija.
Si usted es una persona religiosa, le insto a que se mantenga alerta con respecto a sus propias creencias religiosas, y no permita que eso se interponga en el camino de ayudar a su familia cuando les comuniquen sobre su salud mental. Las dificultades de salud mental no son antirreligiosas. Las dificultades de salud mental no son contra hombres (lo que sea que significan para ti los “hombres”). Lo más importante es que, las dificultades de salud mental, no son anti-latinas, así que, cuide a sus hijos, hermanos, e incluso a sus padres cuando parezcan tener dificultades de salud mental, porque su apoyo significará todo para ellos.
Robel Espino
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