La transición de la escuela secundaria a la escuela preparatoria es un desafío para la mayoría si no, para todos los estudiantes. La mía no fue diferente. Fui a KIPP Bayview Academy, una escuela charter en San Francisco, donde la mayoría de los estudiantes eran Afroamericanos o Latinos. Mientras la escuela secundaria no fue fácil, tuve un grupo sólido de amigos y maestros que me apoyaron dentro y fuera del aula. Mis padres participaron activamente en el proceso de la escuela preparatoria y querían la mejor educación para mí después de KIPP. Entonces, cuando surgió la pregunta de si estaba interesada o no, en ir a una escuela preparatoria privada, supe que me prepararía para el éxito, pero no sabía qué significaba estar y navegar ese espacio, como una joven afroamericana.
Tenía mis dudas al comenzar en mi nueva escuela preparatoria privada. Estaba ubicada en el Presidio, y, era una gran diferencia cultural a lo que estaba acostumbrada en KIPP. Era una escuela predominantemente blanca. Me destaqué como un pulgar dolorido y, para la introvertida que soy, me fue difícil encontrar mi lugar. Estaba segura de que no pertenecía y que este no era el lugar donde me quedaría por mucho tiempo. Llamé a mi papá después de mi primer día de preparatoria y le dije que quería transferirme. Preguntó por qué, y todo lo que pude decir fue que, no me veo encajando aquí. Poco sabía él que todavía tenía que encontrar a otro estudiante con quien relacionarme, o, no sabía cómo aplicar doble espacio en mi papel en la clase de humanidades o, que entré en la clase de física equivocada y estaba completamente avergonzada. Por la forma en que me vestía, la forma en que hablaba, y mi aspecto, sabía que pertenecer aquí no sería fácil.
La vergüenza fue la menor de mis preocupaciones en mi primer año. Luché con la forma de adaptarme a un entorno que, en ese momento, no estaba preparado para apoyarme como estudiante de color. No había ningún grupo, o club de afinidad, para que me uniera. Era la única estudiante afroamericana en mi grado, y esa era la sensación más aislante para alguien que acababa de graduarse de la escuela secundaria. No sabía lo que significaría navegar en esta escuela preparatoria, y, nadie me preparó para lo que soportaría durante los próximos cuatro años.
Mientras nunca me aclimaté por completo a mi escuela preparatoria, me propuse que se aclimatara a mi. Me propuse conectarme con otros estudiantes afroamericanos que compartían mi misma experiencia. Estaba consciente de que no quería perder la esencia de quién era, y estaba abierta a descubrir quién podría ser, en la escuela preparatoria. Entonces, además de hablar con otros estudiantes, también comencé a hablar con un miembro del personal en quien confiaba: el bibliotecario. Después de construir una relación cercana con el bibliotecario, algunos otros estudiantes afroamericanos y yo, comenzamos el Club de la Unidad. Nuestra misión era simple: crear un espacio seguro para los estudiantes afroamericanos, para discutir lo que estaban experimentando.
Entre las muchas lecciones que aprendí en la escuela preparatoria, la que se siente más predominante ahora, es que su entorno escolar es tan suyo, como el de cualquier otra persona. Habrá tradiciones que conformarán quién es la escuela, y hay formas en que un estudiante puede desafiar la cultura escolar para incluirlas. Las escuelas a menudo están abiertas a expandir su identidad, y muchas veces, eso sucede cuando se alienta a los estudiantes a rechazar el statu quo.