Mi nombre es Marisol Guerra, tengo 36 años de edad, soy Mexico-Americana, y vivo en zona de la bahía. Mi familia se mudaba mucho cuando yo era pequeña y en un tiempo vivimos en Sunnyvale, California, en la calle Homestand St. Muchos de ustedes reconocerán esta calle, porque está a unas cuadras de Apple Inc.
Asistí a diferentes escuelas a lo largo de mi vida, pero la historia que estoy a punto de compartir comienza durante el tiempo que asistí a la escuela elementaria Stocklmeir. Solo puedo recordar momentos, casi como si fuera una película. La mayoría de las poblaciones estudiantiles en mis escuelas eran blancas y la minoría eran latinas, asiáticas y afroamericanas. Yo estaba en el primer o segundo grado, y era una noche escolar. Recuerdo a mis padres peleando cuando yo estaba chica; recuerdo que mi papá golpeaba a mi mamá frecuentemente. Recuerdo esa noche en particular, sentí que no podía hacer otra cosa que temer por mi vida. No pude conciliar el sueño.
Al día siguiente caminé a la escuela, que estaba a solo unas cuadras de distancia. En algún momento durante el día, me quedé dormida en clase. No recuerdo el nombre de la maestra, pero sé que era blanca. Se paró frente a la clase y gritó mi nombre para despertarme. Ella me pidió que leyera una parte de un libro que la clase estaba leyendo. Imagínese esto: toda la clase me estaba mirando y riendo. Estaba paralizada en estado de shock, mientras intentaba procesar lo que me estaba pasando. Ella seguía diciendo: “No voy a seguir adelante hasta que leas”. Todavía me sentía paralizada y sin palabras. Respondí “No sé dónde estamos”. Su rostro mostraba frustración e ira. Ella me echó de la clase, no recuerdo si alguna vez se reportó conmigo o con mis padres. Pero si ella se hubiera reportado conmigo, habría sabido por qué estaba cansada, y por qué me quedé dormida.
Unos días más tarde, me sacaron de la clase para que tomara unos exámenes académicos. Después de eso, me cambiaron a una clase de educación especial con otros estudiantes que tenían dificultades de aprendizaje. Estaba ‘ETIQUETADA’.
De allí en adelante fui colocada en clases de educación especial hasta la preparatoria. Recuerdo el trabajo de clase que me daban los maestros. Ahora entiendo cómo me fallaron, no me ayudaron para sobresalir. Realmente creo que estaban allí solo para recibir su sueldo, y no les importaba mi educación. Actualmente trabajo con estudiantes de TK y kinder porque recuerdo lo difícil que fue estar en clase y no poder leer y escribir a nivel de grado. Como educadora, me aseguro de que mis alumnos comprendan los conceptos básicos que necesitan para leer y deletrear antes de pasar a algo nuevo.
A la mayoría de nosotros en clases de educación especial, nos daban hojas de trabajo todos los días que consistía en leer una oración y llenar los espacios en blanco con imágenes. Si terminamos temprano teníamos tiempo libre para jugar. Pasé mi tiempo dibujando porque no podía escribir y si escribía, no podía deletrear. Un día un amigo intentó leer algo que escribí, y se rió de mí diciendo: “No puedes deletrear, no puedes deletrear”. A partir de ese momento cuestioné mi ortografía, y todavía lo hago como adulta. Los profesores se sentaban en su escritorio y leían libros recreativos, era como si no estuvieran trabajando. Nuestro “tiempo de lectura” lo pasamos usando lentes mientras miramos la pantalla de una computadora y seguiamos puntos para supuestamente mejorar nuestra comprensión.
¿Funcionó? No. ¡Fue un desperdicio de MI EDUCACIÓN!
Mi vida en casa no estaba cambiando. De hecho, las cosas se estaban poniendo más difíciles para mí y mis hermanos. La violencia doméstica todavía estaba ocurriendo en el hogar y, a medida que íbamos creciendo, comenzábamos a comprender. Mis hermanos se intervenía en medio de peleas para pararla. Una noche, fue diferente. Mi papá golpeó a mi hermano mayor, y estaba asfixiando a mí mamá con sus manos. Fue entonces cuando escuché las palabras que nunca quieres escuchar de tu madre: “No puedo respirar. ¡PARA! ¡PARA!” En ese tiempo tenía 12 años. Esa noche, tomé la decisión de salvar la vida de mi madre y la de mis hermanos. Esa noche, mi familia se separó.
Corrí lo más rápido que pude a la casa de mi tia y llamé a la policía. Mi papá se fue, tratando de esconderse. Pero lo encontraron y lo trajeron a la casa para agarrar su ropa. Sabía que fui yo quien llamó a la policía. Todo lo que pudo decirme fue: “¿Por qué? Todo estaba bien, mi princesa. Mis padres se divorciaron; desde entonces fue que mi papá entraba y salía de mi vida.
Al día siguiente fui a la escuela y mis maestros no tenían idea de lo que había pasado. La vida fue cuesta abajo desde allí. Fue muy duro pero yo estaba decidida a terminar la preparatoria sin importarme nada. Ninguno de mis padres asistió a mis reuniones de IEP. Semanas antes de mi graduación de preparatoria, me entere que me estaba desempeñando en un nivel de séptimo grado. Para poder graduarme, tuve que tomar una clase de historia del nivel regular. Estaba tan nerviosa, tenía que leer frente a otros y mi ortografía no era buena en absoluto. Realmente me esforcé, leí los mismos capítulos una y otra vez. Pero mi perseverancia valió la pena, pasé la clase con una B y caminé por el escenario en la graduación para mi familia. Y más aún, para mí.
Cuando recuerdo esos tiempos me duele que el personal no haya brindado el apoyo que necesitaba. Ahora que soy maestra siento, no mejor dicho, SÉ que me negaron la ayuda que necesitaba para alcanzar mi máximo potencial. Pero ahora, yo soy la maestra que necesitaba de niña. Ayudo a todos los niños a alcanzar su máximo potencial. Y al mismo tiempo, me aseguro de que estén bien.
En octubre pasado, recibí mi licenciatura en Educación Infantil como esposa, madre de tres hijos, y trabajando tiempo completo. Voy a esforzarme para ser esa maestra que no estuvo allí para mí. Soy el CORAZÓN y la VOZ de aquellos estudiantes que quedan en muchas áreas. ¡Seguiré luchando en todos los niveles por TODOS LOS NIÑOS! Porque soy prueba viviente de que pueden tener éxito.