El autismo llegó a mi casa el día que nació mi hijo Anthony. Al principio sentí que algo con él era diferente. No sabía qué y realmente no podía explicarlo; pero solo lo sabía.
No quería quedarme con la duda, así que cuando cumplio dos años comencé a buscar lugares donde Anthony, pudiera ser evaluado. Lo había llevado al pediatra, pero me dijeron que todos los niños son diferentes y crecen a su propio ritmo. Si bien entendí que esto podría ser cierto, también sabía que tenía que hacer algo con mi intuición. Como no pude obtener una referencia de su médico, decidí buscar un lugar por mi cuenta.
Cuando llegó el día de la evaluación, Anthony tenía 2 años y medio. Recuerdo el día con claridad, mis emociones estaban a flor de piel, tenía miedo de lo que iba a escuchar. Mi coraje y amor por mi hijo me permitió luchar contra el miedo y continuar con la evaluación. En mi corazón, sabía que sería lo suficientemente fuerte para ayudar a mi hijo sin importar cuál fuera el resultado.
La intuición de madre era correcta.
Salí de la evaluación con emociones encontradas y tantas preguntas que no me atreví a hacer. Había una cosa que era segura,sabía que iba a hacer todo lo necesario para que mi hijo pudiera llevar una vida normal como cualquier otro niño. Hoy, sigo aquí defendiendo y luchando por sus derechos.
Anthony es un niño muy dulce y cariñoso; le encanta cantar y bailar. Anthony merece una educación de alta calidad que se adapte a su situación académica. Sin embargo, más que cualquier otra cosa, Anthony y todos los niños y adultos autistas merecen un trato digno.
Cuando naces en un mundo en el que no encajas es porque naciste para crear uno nuevo.